Punto

Silencio, una palabra llena de todo lo que no se dice.
¿Existes de verdad? Acércame a tu centro y susurra
todo cuanto te guardas.

Quizás así definitivamente
pueda tocarte
y que me arropes con tus cancioncitas
no sea un sueño;
quizás
así
encuentre la certeza que habita en el olvido.

Silencio: trinidad del ritmo calmo
(cadencia líquida, del afinado cuerpo).

Silencio, bésame
y que la onda se lleve el frío roce
del fuego crepitante.

Levántate

Andalucía
no es verdiblanca.
Andalucía
es la naranja
sin piel ni fuerza
pa levantarse.
Desnuda ante
todos, intenta
volver a ser,
pero la matan:
cogen los gajos
y la agarrotan
y mana entera
sobre sus calles.
Su esencia corre
y nadie mira.
Su vida fluye
y se evapora.

Parece que
tu día es hoy;
el resto, ay,
pobre de ti,
el resto eres
muerta en tu tierra.

Andalucía
ya no sonríe
con la esperanza;
tampoco luce
paz en su cuerpo.
Los gajos pútridos
se desvanecen;
eres la extraña
en casa; nunca
más volverás
a tus raíces.

Andalucía,
naranja muerta,
pisoteada,
dinos cualquier
palabra llena
de ti, de ti…
Dite: «Levántate»;
camina fuerte,
haz el camino
y brilla al fin
con tus colores.

Cuarenta días hasta ti

Cena la paz con el amor. Se ven
en el museo de las aguas puras;
la candelaria brilla incluso a oscuras
y la sed a buen fin llega recién.

La estrella amarga en el gran cielo, sostén
de Marta, de su redención. Figuras
de estudiantes que alumbran las futuras
palabras que lanceen al Edén.

Cinco angustias en este valle: balcón
que da al cigarro negro del gitano.
Esperanza y poder, la gran pasión.

Cachorro de la soledad, mundano
luto que muta en sol: resurrección.
Así sale a la calle el sevillano.

You’re Losing Me, de Taylor Swift

Dices que no me entiendes, pero eso ya lo sé.
Creímos que la cura a tiempo llegaría; me temo que sin ella me quedé.
¿Recuerdas nuestro nido? Nos encantó su luz.
Ahora, en la oscuridad, me pregunto si no llegó el momento aún.

¿Deshago todo lo que hicimos o lo dejamos así?
Hasta un fénix se cansa de tanto revivir;
siempre saliendo de sus grises camas
con renacidas llamas.
Quizá las apagases definitivamente.

Para, me estás perdiendo.
No encuentro mi latido.
El corazón ya no me responde ante ti
porque me estás perdiendo.

Cada mañana,
los ojos de tormenta llenos te contemplaban.
¿Cómo te atreves
a decirle «Te amo»
a alguien que muere ante ti sin que te des cuenta?
Mandé señales
y me mordí las uñas descontroladamente.
Estaba pálida; aun así, no reconocías que
ya no éramos tan fuertes.

El ambiente, de indecisión y pérdida.
Sé que mi pena es como una imposición.
En este instante, corres
por el pasillo;
ya conoces el dicho:
«No sabes lo que tienes hasta que lo has perdido».

Para, me estás perdiendo.
No encuentro mi latido.
El corazón ya no me responde ante ti
porque me estás perdiendo.

¿Por cuánto tiempo íbamos a ser un canto triste?
¿Hasta que nos hubiésemos perdido
tanto que no pudiéramos volver?
Te di todo lo bueno de mí,
mi empatía infinita,
pero solo me desangré cual bravo
soldado que luchó en primera línea,
por tu ejército; no te atrevas
a ignorarme.
De esta fiesta
soy lo mejor;
no, yo tampoco
me casaría
conmigo misma.
Complaciente de forma patológica
que solo deseaba que la mirases bien;
me desvanezco mientras pienso:
«Haz algo, amor, di algo;
pierde algo, cielo,
arriésgate por algo.
Escoge, amor. En nada puedo creer
si no me eliges».

La galería

Desde esta galería

por la que el sol, recién levantado, saluda

con sus rayos a mi cuerpo de soñador,

observo a los pequeños ríos que se pasean

por las aceras grises. Desde aquí veo, lejos

de estar lejos, mis libros (todos me piden más,

pero primero va el café calentito

que empaña mis cristales); ellos sonríen porque

hoy es domingo y conocen mis costumbres.

Desde mi galería,

mientras beso la luz

un perfume de caramelos púrpuras

me distrae y arrastra; aunque los libros lloran,

no me resisto a su caricia dulce.

Sé que las letras y los rayos temen

no tener su momento prometido,

fijado al mismo día desde hace muchos años,

pero hoy nos permitiremos una

pequeña distracción

que empañe los cristales de nuestra galería.

Primrose Hill

Dos lenguas

de fuego

se besan

en Primrose Hill.

La City

mantiene a flote

todos los barcos,

soporta

todos los puentes,

se lucra

con las iglesias,

pero su ingreso

nunca será

como el beso de las parejas nuevas,

aquellos que recién comienzan a

conocerse en la altura

de la colina en llamas

por las dos lenguas.

Entrelazadas, crean una luz

que ningún niño ignora,

que cualquier jubilado

echa de menos,

que los adultos miran con nostalgia de paz,

que los perros contemplan con la curiosidad

borrada de las propias carnes.

Dos lenguas

de amor

se queman:

fuego, guíalos

hasta que todo se termine; lleva

a las almas por el camino suave;

señala el hueco

donde se puedan refugiar los jóvenes

para encender sus ascuas (en busca de la llama primigenia);

al fin, confiesa

que el viento cariñoso de Primrose Hill enciende

la esencia de la humanidad.

Dos lenguas,

dos besos,

un fuego:

amor.

La economía no es capaz de calcular

si el fuego será más o menos: todo queda

entre sus llamas. Niños, jubilados,

jóvenes, ¡abrazad la lumbre ardiente!

Es la única seguridad que hay:

quien lo probó, lo sabe.