Dices que no me entiendes, pero eso ya lo sé.
Creímos que la cura a tiempo llegaría; me temo que sin ella me quedé.
¿Recuerdas nuestro nido? Nos encantó su luz.
Ahora, en la oscuridad, me pregunto si no llegó el momento aún.
¿Deshago todo lo que hicimos o lo dejamos así?
Hasta un fénix se cansa de tanto revivir;
siempre saliendo de sus grises camas
con renacidas llamas.
Quizá las apagases definitivamente.
Para, me estás perdiendo.
No encuentro mi latido.
El corazón ya no me responde ante ti
porque me estás perdiendo.
Cada mañana,
los ojos de tormenta llenos te contemplaban.
¿Cómo te atreves
a decirle «Te amo»
a alguien que muere ante ti sin que te des cuenta?
Mandé señales
y me mordí las uñas descontroladamente.
Estaba pálida; aun así, no reconocías que
ya no éramos tan fuertes.
El ambiente, de indecisión y pérdida.
Sé que mi pena es como una imposición.
En este instante, corres
por el pasillo;
ya conoces el dicho:
«No sabes lo que tienes hasta que lo has perdido».
Para, me estás perdiendo.
No encuentro mi latido.
El corazón ya no me responde ante ti
porque me estás perdiendo.
¿Por cuánto tiempo íbamos a ser un canto triste?
¿Hasta que nos hubiésemos perdido
tanto que no pudiéramos volver?
Te di todo lo bueno de mí,
mi empatía infinita,
pero solo me desangré cual bravo
soldado que luchó en primera línea,
por tu ejército; no te atrevas
a ignorarme.
De esta fiesta
soy lo mejor;
no, yo tampoco
me casaría
conmigo misma.
Complaciente de forma patológica
que solo deseaba que la mirases bien;
me desvanezco mientras pienso:
«Haz algo, amor, di algo;
pierde algo, cielo,
arriésgate por algo.
Escoge, amor. En nada puedo creer
si no me eliges».