Un sueño torcido

Sabía que algo no andaba bien porque mientras mantenía relaciones sexuales con el ídolo pop de su infancia, su espalda, que estaba siendo azotada por el aliento fugaz de su amante, ardía en todos los puntos imaginables. No tuvo más remedio que dejar atrás aquel delicioso evento para abrir los ojos y descubrir que unas palmeras con tronco de bambú bailaban ante los gemidos que lanzaba hasta hacía poco. En aquel instante comprendió que la arena estaba siendo el tálamo de sus sueños. El resto era incomprensible: su vuelo la estaba llevando a Los Ángeles, no a una isla donde pasar el resto de sus sueños con aquel cantante de millones de seguidores.

Lo que tenía más a mano era el único libro que le habían dejado subir al avión: La Biblia, con un perro dibujado de perfil, a la manera cubista. La edición era pobre, con varios capítulos arrancados y otros tantos con la tinta fastidiada, pero era suficiente para salir de la isla fundando una nueva civilización.

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